miércoles, 16 de septiembre de 2015

Cazar luz


To photograph: it is to put on the same line of sight the head, the eye and the heart.
Henri Cartier-Bresson

Hace mucho que las palabras de esta entrada han estado ahí, rondado mi cabeza, bailando en borradores, mas cuán difícil resulta a veces que lleguen a las teclas. Y que vean la luz.

Hay piezas de la vida que uno no toma en cuenta hasta que le hacen falta, cuando de repente miras a tu alrededor y echas en falta una parte de ti, eso me sucedió con la fotografía.

Siempre recuerdo a mi padre cargando su cámara en las salidas de fin de semana y en los viajes largos. Recuerdo carreteras en malísimas condiciones, al lado de las cuales orillaba el auto durante un momento y se bajaba para capturar un paisaje, un instante. Y tengo, entre sueños, la sensación de magia que solo proviene de tomar una polaroid y ver cómo la imagen va apareciendo inmediata, de la nada, sobre el papel. Pero sobre todo recuerdo a mi hermano mayor con su reflex en bandolera, con una cinta gruesa cruzando su torso y un rollo extra. Recuerdo paseos, caminatas y conversaciones alternadas con el silencio y retraimiento que acompañaba a ese momento que llega cuando se encuentra un instante digno de ser capturado. 

Y para poder ver en qué se traducía ese click había que esperar. Y a esperar aprendí. Aprendí con mi hermano que para ver resultados hay que seguir un proceso y que eso toma tiempo y dedicación. Así que la fotografía me enseñó a ser paciente. Qué interesante y mágico es para una cría de humano, debo haber tenido entre 6 y 7 años, entrar por primera vez con mi hermano al cuarto oscuro para revelar fotos. Me explicó que si iba a acompañarlo no había un "ya me cansé, me voy" que valga; si entraba sería hasta el final. Y el tiempo cambiaba en la penumbra, solo con el filamento de la bombilla de seguridad demarcando contornos algo menos oscuros que el espacio negro como boca de lobo, y yo quieta para no interrumpir, viendo cómo la imagen de los negativos se proyectaba en el papel y luego de ser escrito con luz el soporte pasaba por los diferentes baños de revelado y fijación, para finalmente terminar colgando de un hilo mientras se escurría. Curiosidad a borbotones, preguntas sin parar y mi hermano, que fue siempre generoso, compartiendo lo aprendido conmigo, sin egoísmo, a manos llenas. El tiempo en el cuarto oscuro era infinito.

Cuando perdí a mi hermano muchas cosas quedaron sin asidero, en el aire y otras simplemente dolían, muchas duelen, cada día, siempre. Pero ese dolor muta, te cambia y al cambiar tú se recompone el rompecabezas de la vida y hay que saber reorganizar las piezas. Hacer fotos es esa pieza que un día perdí. 

Mientras estudiaba la carrera, fotografía era parte del pensum y por ende tenía que volver a aprender su técnica y teoría, sí lo hice, como un deber a cumplir, pero no podía ir más allá. Los rollos tomados para completar las fotos requeridas, las clases en el laboratorio de revelado, los proyectos presentados, no fueron más que eso, requisitos que aprobar. 

Pero una fotografía es un instante en el que desembocan una imagen, ciertos conocimientos técnicos y de composición, pero sobre todo en el que confluyen cabeza, ojo y corazón. Y para poder hacerlo, para alinear la técnica con los sentimientos, conmigo, hubo de pasar tiempo, tenía que sanar, reencontrar el hacer fotos con compartir silencios y con viajar. Con conocer gente que realmente se apasiona por cazar luz, que te enseña y te contagia su entusiasmo por ver el mundo. Por tener una mirada propia y por capturarla.

Así que las cosas se alinean, también los tiempos, las pérdidas y los aprendizajes se conjugan y si te permites cambiar, recuperas también piezas con las que rehacer tu cambiante rompecabezas. Aparentemente hay lecciones que toman mucho tiempo y es bueno aprenderlas. Gracias hermano, por seguir enseñándome.

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