Hay una tramo de vías del país de la canela que conozco bien. Lo voy recorriendo desde que tengo memoria; tal vez antes. Es un viaje largo, pero la calidad de las vías ha ido recortando la duración de ese viaje, tal vez a la mitad. Y recorrerlo con cierta frecuencia o más bien de manera intermitente me pone cada vez que a pensar, a reflexionar. No recuerdo sentirme feliz viajando x esta vía, tal vez sí era feliz cuando de pequeña (dos o tres años) acompañaba a mi padre, cuando las cosas eran muy simples y mi mundo muy pequeño y seguro...pero poco a poco se volvió un traslado cansado, aburrido, difícil.
Casi la mitad del camino recorre la sierra centro, un paisaje común para quienes se mueven normalmente por la panamericana. Hoyas de valles productivos, poblaciones a la vera de la carretera y nudos que complican el trazado vial subiendo y bajando. Y la presencia imperturbable de los nevados que flanquean la vía. Unas veces tan esquivos que no vemos ni sus faldas y otras tan majestuosos que te quitan el aliento, que sobrecogen en su imperturbable presencia.
Y al desviarse hacia el este, siguiendo la sinuosa curva de la cordillera que va declinando en altura, clima y paisaje van cambiando. Los vientos se vuelven distintos. Vienen cargados de humedad. Una humedad con olor a vegetación, a exuberancia, a vida. Es siempre en el mismo punto del camino que siento ese cambio en el aire, cuando al respirar me siento como empalagada. Demasiado oxígeno, demasiada vitalidad en ese aire puro para mis pulmones. No importa si llueve (que suele ser el caso muy frecuentemente) o si hay mucho sol, en ese punto también la temperatura cambia y automáticamente me quedo en camiseta.
Zigzagueando, siguiendo el curso del río por las inestables y muy pronunciadas laderas que pronto se fundiran en una sola planicie que baja y viaja al mar. A veces te acompaña el rugido de las aguas del río, cuando viene crecido y de un color sucio, acarreando las lágrimas de sus afluentes cordillera arriba, a veces tan sólo descubres el brillo de un pequeño hilo al fondo del cañón. Siempre tienes que reconocer el paisaje que parece inamovible pero que nunca es estático, como la carretera que por los varios derrumbes siempre está bajo construcción. He visto como ha cambiado la vía. Recuerdo lo incómodo del camino cuando era tan angosto que si había dos vehículos uno de ellos debía orillarse en maniobras altamente peligrosas. Sé de todo el tiempo que la gente del sector tuvo que esperar para que se termine de asfaltar la vía, una vez hecho el nuevo trazado. Sé que en febrero las colinas verdes se ven salpicadas de manchas lilas; son orquídeas que brotan al unísono.
Y sé que tal vez siga haciendo este recorrido, una y otra vez; aunque lo evite a toda costa, pensando y reflexionando cada vez. Y también sé que hay una curva en esa senda donde una parte de mí se quebró; donde el mundo se volvió para mí un poco más triste, desolado e inexplicable y aún así soy capaz de buscar la belleza de su paisaje. Pero sé que este no es mi camino; aunque he aprendido y perdido mucho en él, necesito transitar mi propia senda.
3 comentarios:
Ay... los caminos. Cada uno ofrece su paisaje y es tan particular en detalles, muchos se parecen... pero solo uno es el adecuado, hay que aprender a leer bien las señales.
Saludos!
es una consecuencia de aprender a vivir. de tomar los caminos.
Un abrazo ve... se lo q es ese camino y todo lo que conlleva pa nos.
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