Solsticio. Cambio de estaciones en un cielo al que los climas perfectamente marcados le son tan ajenos como a nosotros la idea de estaciones.
El recorrido del sol que llega a su fin ha sido accidentado. Lleno de turbulencias como un viaje en una ruta llena de sobresaltos. Sí, ha sido un año complejo. De sorpresas y descubrimientos. De la necesidad de una cierta rutina dentro del caos del día a día. Y de momentos para desconectarse de todos y todo y sólo disfrutar de esos lugares que te traen paz. De palabras nuevas que siempre enriquecen y juegan con otras palabras para extraerte sonrisas y reflexiones.
De anécdotas perpetradas por el sobrino que seguro atesoraré a futuro como memorias de una vida que veo crecer imparable, plena, nueva, fuerte. Y de otras anécdotas, esas que compartes con tus panas, que afianzan amistades, te hacen sonreír cómplice y silentemente te rodean de cariño.
Y también de manos tendidas en el momento de mayor necesidad. Conversaciones infinitas que te ayudan a transitar por este mundo. Que está plagado de movimientos lo más de irregulares de esa jugadora tan perra y sabia que se llama vida. Y de cómo enfrentar ese tablero en el que las jugadas se reacomodan ante tus sorprendidos ojos, sin que sepas cómo sucedió; aunque en el transcurso puedas por fin tener la entereza de levantar la mirada para contemplar el tablero en su mayor extención y hasta puedas darte el lujo de compartir sarcasmo con las nuevas fichas añadidas al tablero.
Sí, definitivamente cada otra vuelta al sol resulta intensa, sorpresiva y nueva. Y vale la pena recorrerla y aprender de ella maneras para proseguir la travesía.