Esta vez corroboré que los paisajes que más me gustan son los de las estribaciones andinas, porque en sus desniveles de cientos de tonos de verde y azul mis pensamientos se pierden y viajan tranquilos e incansables. Y vaya si necesitaba pensar...
Cuando a esos retazos de lienzo que pasan fugaces por tu ventana les añades buena música de fondo ya el viaje, la movilización y las incomodidades están más que pagados. Pero si además tienes la posibilidad de conversar de lo que sea con un amigo, entonces sí es un privilegio.
Como es un privilegio el silencio, ese silencio que en la ciudad nunca llega, que se ahoga entre ronroneo de autos y parafernalia urbana. El silencio de la naturaleza, plagado de sonidos a los que casi nunca prestas atención. Un silencio que te acompaña y te permite pensar.
Me llenan de fe esos actos genuinos y desinteresados de gente que no te conoce, que sin más te invita a tomar una agüita en su casa. Que quiere conversar contigo y que esta ávida de comunicarse. De gente capaz de alimentarte a la media noche sin cuasi conocerte. Simplemente hermoso; el mejor condimento, la buena voluntad y su hospitalidad.
Aprendí que si quieres darle una textura distinta al relleno de las empanadas de viento le puedes añadir arroz cocido al queso, como lo hacen en Urcuquí.
Y ahora sé que carnaval es época de choclos en el norte y que los campos de Imbabura lucen las flores de los pencos (ágabes, cabuyas, etc) como separaciones vivas entre terrenos.
Sé que mucha de la fuerza que me sostuvo durante la travesía viene de la gente que me quiere y que estuvo pendiente todo el tiempo de nosotros. La inmediatez de las telecomunicaciones me permitió recibir esa energía. Gracias por estar pendientes.
Aprendí eso y mucho más, recordé muchas más cosas y corroboré otras. Vuelvo al día a día con ganas de carretera y de viajes con la gente que quiero. Y por supuesto, a por la misma dosis el próximo año.
¡¡Gracias equipo por esta magnífica experiencia!!