Me molesta que no seamos capaces de implementar soluciones que ya han sido probadas en otras urbes y acondicionarlas a nuestras particulares realidades. Si enumerara todo lo que me jode de UIO no terminaría nunca.
Y sin embargo hay algo que me impide renegar completamente de este pupo del mundo. De este pueblo cosmopolita. Crisol al que convergen nacionales y extranjeros por igual, y que adoptan como lugar de residencia. Habitación y también hogar. Madre y madrastra. Oportunidad y desesperación. Vida y sobrevivencia. Y no sé qué es, pero UIO siempre tendrá un sitio preponderante en mi corazón.
Caminar y recorrer el centro histórico en un día frío, y mejor si es lluvioso, me ayuda a recordar que hay algo especial en esta ciudad de locos que vale la pena, aunque aún no se qué es. Siempre descubres algo nuevo; como el día que después de más de dos décadas sin saber cómo se veía la intersección de las calles Cuenca y Chile, arribé para ver que, una vez retiradas las ventas ambulantes, había una plaza amplia y pude por fin contemplar toda la fachada de la iglesia de La Merced.
Y sí, a pesar de todo UIO tiene una magia que me atrapa, y que me gusta y necesito redescubrir. Compartirla con los amigos y mostrársela a gente que aún no la conoce. Es bueno reconocer esos espacios que están ahí, aunque normalmente ya no les prestamos atención y pasan a esconderse en el telón citadino.
UIO desde el Teleferiqo foto cortesía del Ursus